viernes, 22 de febrero de 2008

Habitación 102

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Este cuarto es lujoso, hospeda a los más singulares visitantes del hotel. Casi siempre jefes de Estado aunque de cuando en cuando llegan familias adineradas o famosos del espectáculo. El último en quedarse aquí fue el dictador de algún país del que no recuerdo el nombre. El señor presidente, el patriarca, el chivo o el supremo, no importa, tenía, o creía tener, el poder sobre el destino, vida y muerte de los habitantes que gobernaba. Entre más poder concentraba, me decía, tenía más miedo de la gente a su alrededor, cada vez era más grande el tesoro, cada vez más grandes las ganas de matarlo. Entre más desconfiaba menos podía controlar, con cada avance un retroceso, con cada aliento de su régimen más cercana la muerte, como la vida misma, paradoja. No supe de él nada hasta ahora. Ha dejado el poder y los políticos sin él mueren. La lucha por manejar las piezas de su ¿legado?, es férrea. El poder infinito. El asesinato de César vuelve a mi mente.

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